Ápice de empatía

Se me propuso escribir sobre un estereotipo irritante, es decir, sobre un sujeto que concentre una o algunas cualidades negativas y relacionadas, a propósito. Yo no tenía muy en claro qué me irrita exactamente de los demás como para dar cátedra sobre eso, lo cual me extrañó bastante. Es decir, alguien que sufrió bullying por más de dos años debería darse una mínima idea propia de lo que más le molesta del mundo externo a sí mismo, pero no es mi caso. O por lo menos hasta ahora no me había detenido a pensarlo. 

Así, rebobinando un poco hacia atrás, conjeturé que la persona más irritante es "el intolerante". Y no, no me refiero a la persona que hace mueca cuando ve a dos varones tomados de la mano o ve una marcha feminista por la tele. Me refiero a un intolerante más común y discreto, que pasa desapercibido para muchas personas pero es fatalmente insoportable para otras pocas. 

Este intolerante se desenvuelve cuando alguien, vamos a llamarle "operador", comete un error. Por lo general este "operador" es inexperto en la acción que realiza (sea cual sea), y de personalidad apocada e ingenua: la presa perfecta del intolerante; mientras que este último, llamémosle "espectador", se limita a observar e infundir presión sobre el operador. Y cuando el fallo por

parte del operador se da inevitablemente, el espectador ansioso procede a ejercer su función de cuestionable ética, a atacar sin piedad. 

Está de más nombrar el extenso repertorio de insultos o frases peyorativas del que el intolerante hace uso sin recato alguno; la situación es muy clara. Esta persona se dedica a juzgar cruel e intransigentemente a los demás en los momentos más inoportunos donde la víctima (seleccionada por el victimario) se encuentra más vulnerable: cuando se equivoca. 

Por lo general, estos especímenes esconden bajo la alfombra una montaña enorme de hipocresía. Aunque destruir cobardemente a un par indefenso es un acto que dista bastante de la perfección, de todas formas el intolerante no sería nunca perfecto ni mucho menos. Con frecuencia, los errores que juzga fueron cometidos por él mismo en el pasado, y sino, acciones que no tiene el coraje de realizar o de las que no tiene ni la menor idea. Y cuando esto se pone en evidencia, se limita a negar su error o, en el mejor de los casos, excusarse, pero sin reducir jamás la dosis de dureza con la que juzga a los demás luego. 

Como mencioné antes, el intolerante también selecciona con antelación a su víctima, visto que sin ella no podría existir (así como el rico necesita del pobre). Es importante comprender el hecho de que lo "selecciona" (de manera inconsciente) porque está directamente ligado al objetivo de su accionar como intolerante. Su víctima (el operador

de una acción destinada al fracaso) se estigma y posiciona en una escala social inferior a la de su abusador, dándole vía libre al intolerante a colocarse por encima. Y este es el objeto, refiriéndome al intolerante, de su tan bajo acto como ser humano: forzar a alguien de estirpe social inferior a descender aún más y, por inercia, ascender él mismo. También llámese principio del bullying, vamos. 

Aclaro que este estereotipo no es ninguna exageración (ya que no es posible hacerla, y técnicamente eso haría de este texto algo inservible y generaría un absurdo). Se ve, sencillamente, en cualquier ámbito: laboral, institucional, deportivo, recreativo. 

Pero todo esto que acabo de escribir no es lo peor de todo. 

El intolerante está repartido en todos inequitativamente. Más que una persona, es una actitud involuntaria que absolutamente todos poseemos y está relacionada con la falta de principios y empatía (porque los ángeles están en el cielo, y cada vez hay menos). Algunos la demuestran mucho más que otros, pero el verdadero problema es su normalidad y aceptación general. 

A gran (y común) escala, esta actitud provoca el típico abuso intenso y psicológico que muchos adolescentes (operarios hiper-vulnerables) padecen en su día a día y termina por llevarlos al suici... a una profunda depresión. Pero a menor escala es demasiado común que cualquiera hiera levemente el autoestima de alguien más, incluso sin proponérselo. Tarde pero seguro hago mención del típico caso del abucheo a las preguntas inacertadas durante una clase en el colegio, y que produce, como consecuencia, el miedo a preguntar de nuevo incluso si es necesario. 

¡Ojo! No digo que todos los seres humanos seamos malas personas por ser intolerantes: nadie es perfecto. Nadie es completamente indiferente a su propia naturaleza humana, ni nadie tiene una determinación incorruptible por obrar sensatamente. Pero, si acaso se es lo suficientemente inteligente, cualquier mala obra (caso de la intolerancia) es solucionada con una disculpa y prevenida con un mínimo ápice de empatía. 

Pensemos en el pobre operador, en el pobre 

mártir, que ¿quién sabe?, un día nos toque serlo a nosotros. A mí me tocó. 


Autor: Alumno de 6º año


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