La literatura

 

Desde el principio de lo que nosotros conocemos como tiempo, momento en que el ser humano nació, fue entonces cuando decidimos que no nos bastaba con el simple hecho de existir, surgió la necesidad de darle un sentido a todo y responder las infinitudes de preguntas e incoherencias que yacían a nuestro alrededor.

Cada grupo de humanos tomo costumbres diferentes y al mismo tiempo similares según sus pensamientos y hábitos, ya que todos éramos seres de la misma especie, habitando el mismo mundo. Cada uno decidió que había algo “bueno” y algo “malo”, los que hicieran A iban a estar bien, mientras que los que hicieran B iban a estar mal. Sin embargo no todos los grupos pensaban que a A estaba bien o B estaba mal, pero en lo que si la mayoría estaba de acuerdo, era en que su grupo era el único que predicaba la verdad; y creían tanto en ello que decidieron preservar sus creencias y trasmitirlas, ya sea hablando o escribiendo, comenzaron a establecer sus costumbres y pensamientos, protegiéndolos y pasándolos así a futuras generaciones. Nació entonces la literatura y la épica, las diferentes y numerosas culturas crearon infinitudes de mitos y leyendas para establecer sus poco coherentes interpretaciones de todo aquello que conocían, pensaban y sentían; historias de héroes que predicaban que realizar A estaba bien, mientras que B estaba mal; por ejemplo, la Argentina tomo de héroe al gaucho Martín Fierro, ya que el mismo representaba la cultura de la misma, sus creencias, costumbres y valores de aquel tan cambiado y cercano pasado.

Sin embargo hubo un pequeño porcentaje de humanos que, inteligentemente, comenzaron a hacerse las preguntas adecuadas. Independientemente de lo que su cultura predicara y aunque influenciados por la misma, aquellas personas se dieron cuenta de que tal vez, A y B sencillamente son lo mismo, ambas eran malas, pero a la vez eran buenas. Entendieron entonces que A y B solo eran puntos de vistas sin coherencia, comprendieron que la vida no es blanco o negro, sino que hay grises y los hay de muchos tonos, tonos infinitos, libres y hermosos.

No obstante, no nos bastó con curiosear, teorizar y jugar con todo aquello que percibimos y sentimos. Comenzamos a pensar en todo aquello que no existía, o mejor dicho no existía ante nuestros ojos o sencillamente no lo habíamos visto aun. Empezamos a reflexionar sobre la muerte, la vida, el amor, el tiempo, le pusimos nombre a cosas que no existían antes de nombrarlas, o tal vez sí, pero no podíamos ni podemos saberlo aun. Y tan solos, aburridos y confundidos como nos sentimos, empezamos a filosofar, a la vez que en otras partes del mundo hacíamos de nuestras vidas menos interesantes, a la par que emocionantes, con la creación de incalculables historias sobre cosas que no nos van a pasar, ni quisiésemos que nos pasen. Pero nos da escalofríos pensar que podría, quizás, tal vez sucedernos a nosotros, historias con o sin sentido que nos atrapan con tan solo pensar en esa mínima posibilidad, la posibilidad de que nuestro destino este escrito y que nada de lo que hiciésemos podría cambiarlo. Independientemente de que creamos o no en el mismo, nos da miedo, nos asusta pensar en las posibilidades, y eso es una prueba irrefutable de que nuestro yo interior si cree en el destino, porque si nuestro yo interior creyese que el destino se puede cambiar y por tanto no existe, porque tendría la necesidad de pensar en las posibilidades de que algo malo nos pase inalterablemente? aunque lo odie, no crea en él y eso me condicioné a caer o no en él, la posibilidad esta ahí.

 

ALUMNO: López, Teo       CURSO Y DIV: 4° 1° AV

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