Un chico malo

Quería ser astrologa, budista, actriz, cantante, modelo de revistas y hablaba hasta por los codos. Era flaca, pelo oscuro largo y lacio casi hasta la altura de los pechos. Flaca como un escarbadiente, pies de ratón de circo, ojos oscuros como de pez Globo y la sonrisa de la Mona Lisa. 

La conocí por un amigo de un amigo de un amigo. Fuimos los dos a una fiesta y ella estaba ahí sonriendo y todos derretidos, menos yo. Sabía cómo era el juego. Si no querías terminar enroscado en esa telaraña muriendo disecado con el sol quemándote los  párpados y sin nada que degustar, tenías que ser la fría columna de mármol del Capitolio. Tus sonrisas tenían que medirse. No podías andar regalando como los demás. Tenías que estar medio fofo y hechizado, como atacado por una medusa histérica que cada tanto te hace mover. Arisco, agrio como la cebolla y torpe y anti social. Un perro malo siempre es miel para las abejas y lo único que atrapa a las reinas de las fiestas. Nunca supe por qué, pero así funciona. Mujeres. 

Las luces me anestesiaban y ellos bailaban. Yo no sabía bailar. Compré un Fernet. Bien por mí. Miraba con mi Fernet sin tocar. Más bailes. Grandes fiestas con flashes que parecían que camináramos como tartamudos y riéramos como mimos y habláramos como retrasados. Nadie se escuchaba. Un viaje en el tiempo con música. No había rock. Sólo reggaeton y mini culos moviéndose por aquí y por allá. Hombres por su lado, mujeres por su lado. Todos en grupo. Y yo el chico sin sonrisa con mi Fernet. Casi toda la noche así, mirando a la Mona Lisa como lobo. Me tragué eso y pedí otro. En la barra se me acercó. Habló hasta por los codos de bailar, de su contacto para ser actriz, de un productor que había conseguido por Internet, del viaje que había proyectado a China (Amaba esa mierda), de los movimientos transplanaterios y las jodidas constelaciones que se tocaban, de los mini mundos y los universos paralelos; y después, hizo una pausa como si le faltara el aire y me preguntó por mí vida. Le dije que quería ser aviador o basquetbolista. No sabía bien. Quizás ambas. Un piloto basquetbolista y ella se rio a carcajadas. Para ella yo debía ser el Empire State. Era macizo como oso y alto como un Abedul y ella, una especie de pulga hermosa y charlatana de risa fácil. Me enamoré. Y después, me pasó su celular y yo reí por dentro con mi cara de cebolla inmutable sobre su pequeñez perfecta.  

Esperé dos días. Y otros hubiesen muerto mucho antes, con la telaraña, siendo cordiales y comportándose como príncipes. Pero no. A mí se me daba bien la espera. Era un recreo. Al segundo día, ella me escribió. Bien por mí. 

Hablamos y hablamos por Whatsapp hasta que el condenado Wifi de mi casa se cagó. Nos cortaron la luz o mi viejo no la pagó. No recuerdo bien. Pero estaba como una fiera. Aunque por dentro me dije, eso debe sumar puntos en la canasta. Debe ser como encestar todos los tiros  tras una falta o disparar y matar a todos los prisioneros de guerra después de la tregua. Algo que me enaltecía. Los roles seguían igual y eso estaba bien. Todavía no la había atrapado. 

Al otro día parecía distante así que le comenté lo del Wifi de mi casa, pero creo que no me creyó. Parecía como si no tuvieses ganas de charlar. No se reía. Yo decía algo y la pelota volvía con eco sobre mis palabras. Todo era «Ajam» «Ajam» «Ajam». Le dije: — Chau, nos vemos la próxima. Corté. Y la deje enfriarse un poco. Fueron dos semanas sin hablar. 

Como a mitad de eso, me enteré lo de Javier y cómo había olido la jugada. Él era el amigo, del amigo, del amigo que me le había presentado. Y ahora estaba como un tigre al que le crece la barba. De pronto quería ser el rey del patio o de la Selva. No lo supe bien. Y aunque tenía beneficios, (era dos años más grande que yo) no me importó. Le dije que dejara de meterse y el tipo me sonrío como si no quisiera pegarme. Ese día fuimos a la calle y nos peleamos. Me tiró un golpe, lo esquivé y le di uno directo a la mandíbula. Nos separaron y supe que Candela se enteró porque esa misma tarde me llamó para decirme que no quería volver a verme, que no tenía derecho, que las cosas no eran así, que ella no era mi novia. Le dije que pensaba lo mismo. Así que después de eso estuvimos como un mes sin hablar. Sólo supe que se había peleado con el monigote de cuarto año y que estaba sola. 

Y otra vez estaba ahí, pero no sería el chico malo. Esta vez yo quería ser el puto rey de la fiesta. El reggaeton estaba en mi sangre. No sabía ni mierda bailar, pero todo era tan absurdo que me dio ganas de llamar la atención. Era como que de pronto una jodida palmera decidiera hacer el baile de la botella y todos rieron. Hasta yo me reí. Todo el tiempo con mi risa de payaso. 

En un momento la vi en la barra y me acerqué. Dije — Que tal… ¿Se te pasó el mambo? Me miró con odio. Sonaba un tema de Ed Sheeran. Parecía que ese puto pelirrojo estaba tocando ahí en vivo para nosotros dos así que comencé a mover mis manos para que se acercara. Antes de lograrlo supé que me odió más. “Come and follow my li...” y mis manos jugaron al aire es libre cerca de su cuerpo. Se rio. Vi a sus amigas reírse como bobas y nos alejamos de la barra. Bailamos ahí y sin darme cuenta, la besé y el resto de la noche, nos besamos y nos abrazamos en la protección que ofrecía la oscuridad y en la comodidad de los sillones que eran acolchados y perfectos como queríamos que el mundo sea para nosotros. 

Al otro día, me levanté y pensé en llamarla, pero me dije: no voy a arruinarlo ahora. El papel de chico malo podía estar comiéndome a mi ¿novia? No, eso no. Todavía no. Así que seguí siendo yo. Comportándome como lo que quería que funcionará. A fin de cuentas, los roles son muy importantes. No se puede cambiar cada dos por tres. Son malos mensajes. Esas cosas tarde o temprano producen cortocircuitos. Pero puede decirles que quería repetir para siempre todo eso. Incluso podía convertirme en bailarín de reggaeton profesional si me lo pidiera. Cosas así. Sueños bobos. 

Dos semanas después, Javier, el amigo del amigo de mi amigo que me la había presentado y con él que me había peleado por ver quién la tenía más larga me contó lo qué pasó. Me dijo que encontraron charlas por Whatsapp con una persona que se hacía llamar productor y que ella se había tomado un colectivo hasta Quilmes, había esperado en un bar y que eso era todo lo que sabían. Pensé en eso que me había contado de las constelaciones y los universos paralelos, en su viaje a China y en su prometedora carrera de modelaje. Y después, cuando la encontraron, pensé en lo que yo quería ser, en los chicos malos, en su ingrata existencia. 

Autor: Nicolás Ruiz


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